La atención que se les presta a los hijos, se ha modificado con el paso del tiempo; no hace mucho a los niños no se les prestaba demasiada atención. Si los adultos hablaban debían guardar silencio, si tenían una rabieta eran ignorados hasta que se les pasara y si estaban aburridos se les daba vía libre para que se entretuvieran como consideraran más oportuno, podían salir a las calles y/o a jugar al parque. De hecho, el escritor inglés D. H. Lawrence creía que lo mejor para el bienestar de los niños era no hacerles demasiado caso.
Sin embargo, poco queda de aquel modelo de educación, hoy hemos caído de lleno en un estilo de crianza que implica convertir a nuestros hijos en el centro de nuestra atención, dándoles todo lo que desean cuando lo desean, sin dilaciones. No se ha sabido encontrar un punto medio.
Este término surgió en el año 1969, cuando Haim Ginnott escribió en su libro Between Parent & Teenager: “mi madre sobrevolaba sobre mí como si fuera un helicóptero”. Más tarde, en el siglo 21, se retomó para hacer referencia a un fenómeno que se estaba extendiendo entre las familias de clase media de los países más desarrollados.
Los padres helicóptero son aquellos que se preocupan excesivamente por sus hijos, hasta el punto que su relación llega a ser tóxica. Este nuevo modelo de crianza implica que los progenitores asumen un rol hiperprotector, quieren resolver todos los problemas por sus hijos, y desean tomar todas las decisiones, incluso las más intrascendentes. Es como si estos padres siempre estuvieran sobrevolando a sus hijos, listos para emprender una operación de rescate cuando noten el más mínimo signo de "peligro".
Obviamente, esta relación padre-hijo sobrepasa los límites de lo que se considera psicológicamente saludable, en Terapia Familiar Sistémica se conoce como Sobreinvolucramiento. Estos padres no conocen límites, ni de edad, ni de sexo, ni de estatus social: pueden llegar a recriminar a los profesores por las malas calificaciones de sus hijos, aunque estos ya estén en la universidad, o incluso pueden acompañarles a la entrevista de trabajo y se enfadan si el entrevistador no les permite el acceso a su oficina.
Su objetivo en la vida es lograr que su hijo sea brillante y que logre todo lo que desea, pero sin que tenga que esforzarse. ¡Eso ya lo hacen ellos! Estos padres organizan el horario de sus hijos, se encargan de eliminar cualquier problema de su camino y siempre están pendientes de lo qué hacen y de cómo lo hacen.
Otra investigación, realizada también en la Universidad de Washington, analizó a 297 estudiantes de nivel preparatoria cuyos progenitores podían catalogarse como "padres helicóptero" y descubrió que estos adolescentes y jóvenes obtenían el puntaje más alto en las escalas de depresión y ansiedad. Según estos psicólogos, el origen de estos trastornos emocionales se haya en la "Teoría de la Autodeterminación" según la cual, para que una persona sea feliz y se sienta realizada, debe satisfacer tres necesidades: sentirse independiente, competente y conectada con otras personas.
Obviamente, la hiperpaternidad no satisface ninguna de estas tres necesidades, al contrario, las limita. De esta forma, aunque los padres pueden tener las mejores intenciones del mundo, en realidad terminan afectando el desarrollo emocional, intelectual y social de sus hijos.
En cada etapa del desarrollo, las personas deben luchar sus propias batallas. Los padres no pueden proteger a sus hijos por siempre ya que, tarde o temprano, estos tendrán que enfrentarse a sus propios miedos y cometer sus propios errores.
La tarea de los padres es guiar a los hijos, estableciendo límites claros y flexibles, y ayudarles a lidiar con los problemas, no solucionarlos en su lugar. Si asumimos todo el peso sobre nuestros hombros no estaremos criando a personas preparadas para la vida sino a verdaderos discapacitados emocionales. Hay veces en las que simplemente debemos cortar la rama y dejar que los hijos vuelen con sus propias alas.
Si sospechas que tú también eres uno de esos padres helicóptero o estás a punto de convertirte en uno de ellos, pon en práctica estos tres consejos:
1. Ten un bajo perfil, no asumas el rol del hipervigilante. En vez de sobrevolar la cabeza de tus hijos y estar siempre presente, es más conveniente que te conviertas en un submarino; es decir, que te mantengas fuera de su radar pero siempre atento por si realmente necesita tu ayuda.
2. Practica la sana desatención. De vez en cuando, no pasa nada porque no puedas prestarle la atención que quisieras a tus hijos. Tú también tienes un mundo propio fuera de la familia, no eres solo un padre o una madre. No caigas en el error de sobrecargar su agenda de actividades, déjales tiempo libre para que ellos mismos aprendan a saber qué hacer en su tiempo libre.
3. Deja que cometa sus propios errores. Sólo así aprenderá. Los errores son pasos fundamentales del aprendizaje y fortalecen características como la perseverancia, la autonomía, la seguridad y la autoconfianza. Ayúdale a levantarse, pero no evites siempre que caiga.
4. Permite que tome sus propias decisiones. De esta manera aprenderá a desarrollar su capacidad de análisis y juicio. Aprenderá a considerar opciones, a establecer nuevas estrategias y conocer sus habilidades y destrezas.
5. No ofrezcas ayuda. Espera que sean tus hijos los que soliciten su ayuda. Hazles saber que cuentan contigo pero que antes deben intentar diferentes alternativas y aprenderán el significado de tener logros.
Recuerda que otras generaciones, tuvieron niños que sobrevivieron al aprendizaje que implica crecer y obtuvieron buenos resultados.
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